miércoles, agosto 09, 2006

Poesía 12

Siento un esplendor.
La fiebre no ha cedido y no hay suficientes árboles.
El dolor en mis huesos viene de la inmersión en la corriente.
Y libro una lucha para tomar aire.

Quiero descansar.
Hay fuego en mis manos y en uno de mis pies.
Mi respiración tiene un misterioso eco.
Y siento rayos que queman mis entrañas.

El viento que amo me está hiriendo.
El saber que perseguí, me golpeó en la nuca.
Y la entrega visitó mi vientre, para macerarlo.

Creí en la velocidad y la sentí extranjera.
Amé la trasgresión pero le fui infiel.
Perseguí el brillo, y lo encontré simple.
Y una palabra dura me mordió las mejillas.

Pero la carne me dice que no pare.
Mis manos se aferran a causas perdidas.
Mis ojos se entregan a letras hermanas.
El sol y sus tardes me inyectan vida.

Y recito un ¿por qué? con el aire que me queda.
Y luego amo.

El reflejo

Lo que veo en la ventana, entrada la noche.

Hay un tipo joven. Parece muy seguro de sí mismo. Luce corbata y un vestido oscuro. Es el reflejo en el vidrio. Sus dientes blancos sobresalen en su conjunto. Se ve que no es muy alto. Su pelo corto muestra una obsesión por la pulcritud. Sin embargo se ve un poco agachado. Como cansado. Temeroso. Me rehuye la mirada al tiempo que yo lo hago.

En su escritorio un vaso de agua, muy grande para el volumen de agua que contiene. Más hacia el fondo, unas pastillas de vitamina C, y un suplemento vitamínico más bien sospechoso. Un par de celulares acompañan a un teléfono blanco con algunas teclas azules y grises.

Hay más de un papel en su escritorio. No debe haber poemas, pues parece de los tipos que se desahoga frente a su computadora. Parecen impresiones de hojas de cálculo.

Cuando miro a la parte superior del reflejo veo varias lámparas de neón largas y blancas adornando un techo de madera (que tal vez son las culpables del reflejo). Tras el sujeto, se ven más personas, unos de gafas, otros con gorra, todos frente a sus computadoras y con extraños aparatos sobre sus mesas. Parece que los desarman.

Atrás se ve una pared blanca de una casa que parece ser nueva.

Y observo el reflejo superpuesto sobre las luces de la calle. Sobre los reflejos de unos cuantos automóviles sobre los charcos de agua lluvia. Sobre la imagen de personas que trasiegan en la noche. Y el reflejo se me antoja metafísico. Como una presencia suprema sobre los entes de la calle.

Lo último que veo del tipo del reflejo, son unos audífonos conectados a su computadora y encajados en sus orejas. Hasta parece feliz, pienso, al tiempo que le hago un gesto de simpatía, al que el curiosamente corresponde de manera idéntica.

La calle tercera

Un paseo dominical

Acompaño a mi tía a dar una vuelta por los barrios Eduardo Santos y Santa Isabel, que conforman el sector donde vivimos. Ella quiere aprovechar el día soleado que Bogotá nos está regalando, luego de un par de semanas heladas, grises y más bien húmedas. Yo por mi parte, quiero descansar un rato de mi intenso estudio de ortografía, que durante tres horas me ha sumido en un mar de interesantes reglas que debo dominar para el examen que está próximo a llegar. El sueño de ser periodista bien vale mejorar la redacción, la ortografía y demás herramientas idiomáticas.

El sol nos está esperando. Es un espectáculo poco usual para mí. Normalmente estoy en el trabajo, en la universidad, y los fines de semana suelo ir a cine, o a visitar familia. Casi siempre "bajo techo".

Lo más encantador de caminar con mi tía es escuchar las decenas de nombres de plantas que domina. La calle tercera, es un sitio muy adecuado para conocer el reino vegetal.

-Ese es un urapán, el árbol que más abunda en Bogotá- dice mi tía. Yo estoy algo despistado pero capto el dato. Debo haber visto unos mil de esos árboles, pero me limito a llamarlos "árboles".

-Esa es una camelia. Y ese de allá es un cerezo. Tal vez no le favorece la época del año, por eso está tan seco.

-Esa es una araucaria- me dice mientras señala el árbol al que yo me había atrevido a denominar pino.

Me muestra un jardín lleno de margaritas y de "bella de las once", una flor especial que se caracteriza por llegar a su máximo punto de belleza a las once de la mañana.

Mientras tanto, por la vía, hay una gran variedad de personas. Desde los típicos paseadores del domingo que salen con sus hijos y sus amigos, hasta los mismos fantasmas que siempre están ahí: los mendigos, los drogadictos y los locos, que van caminando sin descanso por las calles. Sin rumbo alguno.

Mi tía se pregunta por la familia, por los hijos, por los padres, de estos indigentes, para los cuales no hay sábado ni domingo. Sólo la calle y una bolsa de boxer.

Y al rededor están las tiendas de cachivaches, los asaderos de pollos, los supermercados, los talleres, los bares con música a todo volumen. Y entre todos hacen un concierto visual y sonoro que satura los sentidos de cualquiera.

Mientras tanto, la tarde empieza a morir y el atardecer del domingo hace que mi tía acelere el paso en busca de casa.

Esta tarde no ha sido ni de ires y venires, ni de buses y taxis, ni de noche y música, ni de cenas y amigos. Ni de despedidas o cumpleaños. Ha sido una tarde para caminar a la velocidad de mi tía, compartiendo sus inquietudes, sus temores. Y claro, las sabias respuestas que los años depositan en la mente de quien esté dispuesto a aceptarlo.

Ya habrá tiempo para otras cosas. Debo repasar las reglas ortográficas y revisar la prensa. Corresponde a un buen periodista. Pero escribo para que la calle tercera no se me escape de la mente. Con sus flores, sus árboles y su gente.

Las flores 2

La pasión por la vida, la belleza y las flores.

5 y 30 AM. Despierto un poco atontado. Todavía no me acostumbro del todo. Salgo a la sala, tratando de despertarme del todo. Mi tía ya esta levantada, y está ocupándose de sus plantas. (Cuando uno está más viejo no le da tanto sueño, dice entre risas).

Es común que mi tía a estas horas traslade su almácigo de violetas de los alpes, del patio trasero a la ventana que está al lado del balcón. Aprovecha la reja de seguridad de esa ventana, para atrancar los pequeños recipientes de plástico que contienen a cada matita.

-Las violetas de los Alpes son muy delicadas. No pueden estar expuestas a mucha luz, pero si no les llega un poco de sol, pueden enfermar- dice mi tía.

Yo escucho con cuidado mientras trato adaptarme al frío de la mañana bogotana. Es que separarme de las cobijas, me resulta duro.

-El exceso de humedad también las mata. Es mejor echarles sólo un poquito. (Ella les aplica agua hace con un gotero).

No puedo evitar recordar la violeta que maté hace un año, cuando mi tía se fue unos días a Chía (pueblo cercano) y me dejó a cargo del apartamento (soy muy descuidado con esas cosas). Le apliqué demasiada agua (por si luego se me olvidaba volverle a echar). Asesiné a una violeta de los Alpes, y tendré que vivir con ello (¡No es tan duro, ja, ja!)

-¿Si vio las flores que puse en la mesa de centro? (Me río, indicando que no). Es que no se fija en nada (se ríe, mientras me llama la atención hacia el espléndido ramo de astromelias que adorna la sala).

La verdad es que me levanto con tanto sueño que prácticamente no miro a mi alrededor. Afortunadamente mi tía evita que me pierda estos hermosos detalles.

-Cuando salga, mire los claveles rojos. Hace tiempo no veía unos tan grandes. Hay tres y ya uno se está muriendo, pero los otros están hermosos. Y abajo, mire los girasoles. El grande se lo robaron. (Muestra su molestia)

-Le va a tocar sembrar dos matas. Una para los novios que les llevan flores a las muchachas y otra para lucirla en el jardín. Esa es la solución- Le digo. Ella sonríe con tierna indignación-. La otra opción, es poner una cerca eléctrica- Digo absurdamente, para acabar de despertarme.

A las risas y a la breve charla las interrumpe una nueva alarma de mi despertador. Me debo meter a bañar o llegaré tarde.

En unos treinta minutos estoy listo para salir a clase. Cuando estoy cerrando la reja que separa el antejardín de la calle, mi tía se asoma por la ventana, y me dice que mire los claveles. Y también las "cecilitas" (Rosas pequeñas). Yo levanto la mirada, y sonrío ante la perfección del balcón más florecido de la cuadra.

Al girar en la esquina, me encuentro con el mundo.

Las flores

Compañeras del camino de mi vida

No sé los nombres de muchas flores. Incluso, muchos los conozco por lecturas, pero no se a que planta corresponden. Es como si existieran, flores hipotéticas.

Sin embargo, en mi vida las flores han sido compañeras permanentes, aún muchas cuyo nombre no se (Así además de flores hipotéticas, nado en un mar de nombres hipotéticos)

Papá sabía el nombre de todas las flores. Y de las plantas aromáticas. Y de los árboles. Con mamá, solían cuidar un par de hermosos jardines en la casa que teníamos en Pasto. A la entrada tenían un arbusto al que llamaban verbena. Y una enredadera, en la reja que protegía la ventana de la sala. Diseminadas por el jardín delantero había muchas flores cuyos nombres, a excepción de los novios y las violetas he olvidado. En el patio trasero tenían una planta de rosas rojas, que estaba rodeada por unas plantas que llamaban Cachitos de Venado, Helechos y Lágrimas de Bebé. Había unas Orquídeas, que mamá cuidaba con dedicación. Las violetas africanas, siempre adornaron nuestra casa. (Se que en casa había geranios y crisantemos, pero no recuerdo como son. Seguro que los he visto a menudo)

En la sala, mamá solía poner Cartuchos, o estrellas de Belén que compraba cuando iba al cementerio a visitar a mi hermanito fallecido hace ya más de veinte años. Siempre acompañaba las flores grandes, con unas pequeñas flores blancas que llamaba Gasa.

Papá por su parte, a sólo unos metros de casa, tenía un terreno pequeño el cual era gobernado por los eucaliptos. Pero, claro, quedaba espacio para las flores. Esta vez acompañados de frutales y hortalizas. Papá pasaba horas (siempre que podía) cuidando su plantas. Se le notaba que era ingeniero forestal sin necesidad de esperar mucho. Filum, subfilum y especie, eran comentarios frecuentes sobre una flor, a la que uno escasamente le atribuía un color y un tamaño. Cuidaba sus brevos, sus árboles de albaricoque, sus guayabas feijoa y claro, sus favoritos, los babacos (fruta bastante extraña de la que tomé jugo hasta la saciedad).

Y en las noches, mis papás hacían aguas aromáticas. De Manzanilla, Limoncillo, Hierbabuena, y otras tantas que no puedo recordar. ¡Como odiaba esas aguas aromáticas, que sin embargo tuve que tomar tantas veces! Y que decir de las infusiones menos tradicionales como el Agua de Ortiga o la de berenjena. La de cáscara de papa, tal vez sea la más extraña.

Y hoy recuerdo el romance de mis padres con las flores. Y los nombres que nunca acabé de aprender. Y la casa donde crecí. Y las flores que me rodearon desde siempre.

(Es mi deber aclarar que mi papá también sembró repollos. Y esos si me gustaban mucho. Creo que nadie comió tanto repollo en su infancia (y con tanto placer) como yo)

Más allá del dinero

Las pequeñas lecciones de la vida cotidiana

-¿Cuando será que hacemos un plan que no sea solo plata? dice mi primo Leo, cuya adolescencia, no pocas veces me sacude los sesos.

-Ir a cine es chévere, y La Isla, me gustó mucho, pero es solo plata, plata y plata-dice el jovencito.

-El siguiente plan invito yo, Raúl. Nos vamos a Monserrate (el cerro tutelar de Bogotá, donde está una de las imágenes católicas más veneradas de la ciudad). Eso si llegamos hasta allá en el bus más económico que haya. Nos vamos en "cebollero" (entiéndase el peor bus posible)

-Y de tomar, llevamos agua y le echamos azúcar. Y así tenemos energía para subir (entiéndase que no usaríamos telesférico)

Mi primo se ríe, con algo de maldad. Sabe que me está poniendo a pensar. El muy cruel lo sabe. -Si, Leo, ya te entendí, esto no se trata solo de plata-pienso.

La invitación me deja muy contento. Es todo un acontecimiento. Creía que este pequeño tirano no invitaría a nadie a nada (Me ha dado un tremendo regaño porque le compré unas manillas a un hippie a un precio que se le antoja "muy alto").

El fondo del asunto es que, mi "hermanito menor" (que es así como lo siento) tiene claro que las cosas van más allá del dinero, y quiere que hagamos un plan juntos al que él me pueda invitar. Algo que no sea tan costoso como el cine (En Colombia, el cine es muy costoso).

Y la situación me agrada. Creo en una sociedad que va más allá del dinero. Claro que si. En mi niñez, el dinero en casa nunca sobró, y sin embargo siempre fuimos muy unidos.

Ahora, que tengo un trabajo (y todo eso que llamamos una vida estable) tiendo a olvidarme de verdades esenciales. Pero el destino siempre te pone un "principito" a decirte que lo esencial es invisible a los ojos. A devolverte a las raíces.

(Que lo anterior no se tome como que he dejado de pensar que mi primito es un joven psicópata en potencia, al que frecuentemente debería aplicársele un somnífero. Valga la aclaración, a la vez, de que aceptaría montar en bus "cebollero" pero nunca subir caminando a Monserrate. Todavía tengo un niño en mí, pero mi adulto sentido de conservación sigue vivo. 2700 metros sobre el nivel del mar me bastan, y no quiero subir un metro más ¡Ja ja!)

Y a veces oigo voces que se aferran con agresividad al dinero...

101 palomas

Compañeras permanentes del paisaje bogotano.

Las hay blancas, negras, marrones o combinadas con todos los colores anteriores. Están caminando y volando por toda la ciudad. Son huérfanas. Nadie se ocupa de ellas muy en serio, excepto una que otra venerable ancianita que les bota arroz al piso (al que se lanzan con avidez). Hay uno que otro niño que siente simpatía por las pequeñas aves, pero las mamás no los dejan jugar con ellas. Para muchas personas, se trata de una plaga. "Las ratas del aire" las llaman, por su abundancia y por lo que ellos llaman "suciedad". No pierden oportunidad de dejarles sentir su fastidio.

No se bien como Bogotá se sobrepobló de palomas hasta este nivel. Parece que antes la gente las miraba con simpatía y les daba comida más continuamente, tal vez eso las atrajo, y les permitió reproducirse con tranquilidad. La verdad es que hoy, las palomas están solas e indefensas. Expuestas a morir golpeadas por un carro. O a padecer cualquier tortura en una ciudad diseñada para personas que se olvida de las demás especies. De las que no se rindieron ante nuestra urbanización y más bien se adaptaron y lograron sacar provecho de este entorno artificial que construimos. A veces pienso que eso es lo que no les perdonamos. Que no se hayan dejado sacar y extinguir, si no que muy al contrario se hayan mostrado todas unas maestras de supervivencia en estos sitios. Otro tanto con los perros callejeros. Y con tantos otros animales, que muy a pesar de la indiferencia (y muchas veces la persecución de los humanos) se aferran a la vida con tenacidad.

La pregunta de fondo que me asalta es: ¿Que hacer? Es innegable que la sobrepoblación de palomas y perros callejeros es preocupante. Por las condiciones mismas de la calle, el estado de salubridad de estos animalitos es muy malo y tienen tendencia a transmitir enfermedades. El excremento de las palomas daña gravemente las edificaciones, especialmente las antiguas. (Por esa razón hace no muchos años, un cardenal colombiano (Arzobispo de Bogotá hasta hoy) decidió poner chuzos en la fachada de la Catedral Primada, donde las pobres palomas morían ensartadas de la manera más cruel (Con la filosofía de "Así las otras aprenderán a no subir a la Catedral")

Los humanos hicimos un mundo pensando en nosotros, pero al que otras especies se habitúan así sea con dificultad y con graves perjuicios a sus propias vidas y a la dinámica urbana.

Espero que a los humanos, ninguna especie nos vea como muchos ven a las palomas. Como algo muy abundante que estorba en el mundo que definimos. Es una forma muy cruel de ver el milagro de la vida.

(Este fin de semana vi la película La Isla, y la sola perspectiva de que una vida humana se pueda considerar desechable y sobrante, me conmovió mucho. ¡Que buena película!)

Jorge Drexler dice: Una vida lo que un sol, vale.

Cien

Algunos comentarios sobre la agradable experiencia de escribir en un blog, y la alegría de recibir comentarios de gente maravillosa

Después de algo más de tres meses me encuentro en el blog número cien, y no puedo evitar referirme al asunto (tal vez por la manía de ponerle números a todo, que nuestro gran maestro "El Principito" denunció con valentía).

La verdad es que nunca creí que fuera a llegar tan lejos con esto. Confieso que hace unos meses ni siquiera entendía muy bien que era un blog, ni las infinitas posibilidades que le puede llegar a brindar a un individuo. Fue a través de la revista Semana (editada aquí en Colombia) que me enteré de algunos detalles de este mundo de los "post" y de los comentarios.

Celebrar los momentos especiales es muy positivo, pues hace fijar nuestra atención en lo que realmente disfrutamos. Para mí, este blog ha sido una oportunidad muy grande de interactuar con gente, que de otra manera no "conocería". Además se ha convertido en un buen camino para dejar fluir mi pensamiento y mis sentimientos de manera libre. Para atreverme a hacer y planteas cosas diferentes.

Como ya les he comentado, estoy iniciando mis estudios de periodista, los cuales por una año alternaré con mi trabajo de vendedor de equipos de telecomunicaciones. Esto me parece un reto grande, y admito que a ratos me asusta, pero los sueños son una razón para luchar. Este blog me ayudó mucho a ingresar a la universidad. He mejorado mucho la ortografía (se que soy muy despistado al respecto, razón por la cual no ceso de pedir disculpas a mis amigos "blogers"). Mi redacción ha progresado mucho. Y lo más importante: Cada vez logro con mayor facilidad, poner al idioma a hablar de mis sensaciones, sueños e ideas. Cada día me apropio más de la valiosa herramienta de la escritura. Todo esto, gracias a los ánimos y comentarios sinceros y continuos de los "ciber-amigos".

Mi deseo es seguir escribiendo mucho. Cada vez con mejor calidad en todos los aspectos. Sin perder ni un poco de rebeldía, pero ganando un poco en rigor y técnica. Y eso si, aprendiendo continuamente de los blogs que frecuento.

De estos cien blogs quedan muchas cosas que contar: Un primer comentario duro, pero sincero, que me dejó pensando si valía la pena escribir. Los comentarios amables de Angelita e Ivich, que me llevaron a no desistir de este bonito experimento. Los comentarios de Jogom, siempre tan políticamente retadores, siempre capaces de poner a pensar hasta a una roca. Leodegundia, con sus frecuentes visitas, con su capacidad para valorar el trabajo de los demás, con su cultura impresionante (con su generosidad de no dejar sin comentario ninguno de mis posts). Leumas, y su bellísimo blog, el más hermoso que haya visitado nunca. El más transparente. ¿Como no querer enamorarse como él y su novia? Y claro, como olvidar a Brisaenlanoche, y su espectacular cuestionario idiomático, que puso a trabajar la creatividad de más de uno...

¿Y como no hablar de Mensajera28, y de sus comentarios, y de sus propuestas entre hermosas y sensuales, que me hacen sonrojar y sonreír; y sentir el calor de la Ciudad de Cali (donde vive) en mis venas?

La idea inicial era establecer nuevos nexos. ¿Como no sentirse motivado con el generoso comentario de Carlos, frente a mi poema11? Pero también fortalecer los viejos: ¿Como no disfrutar de conocer en su faceta electrónica, a mis buenos y viejos amigos: Guido, Jorge, Juan Manuel, Darío y Eduardo, quienes ocasionalmente se han deslizado por mi blog? (Lo cual valoro muchísimo, más aún en el caso de los médicos, quienes siempre están perdidos en los lugares más inhóspitos y desconectados de la tierra)

Además de agradecer a todos, quiero comentar algunos secretos sobre mi novata vida en los blogs:
-Al principio me sentí triste por la falta de comentarios, pero estos fueron llegando de poco en poco...
-Apenas encuentro un comentario, corro a leer la bitácora de la persona que me ha escrito. Es que me parece tan magnífico conocer un nuevo mundo.
-Una vez, leí un comentario muy positivo, pero cuando me dirigí a la página del autor me encontré unas fotos muuuy fuertes, que fui incapaz de comentar, como suelo hacer...
-Le pedí a todos mis viejos amigos que comentaran mi bitácora (para sentirme apoyado). Solo Jorge y Juan Manuel estuvieron comentando desde el inicio. Luego, llegarían los ciber-amigos, que harían que no extrañara más en este sitio a mis "viejos amigos" que no atendieron la invitación.
-Me sorprende ver todos los medios que nos ofrece la tecnología para hacer amigos. Hoy además de los viejos amigos, y los amigos de Bogotá, aprecio de corazón a mis amigos del messenger, y a mis amigos del blog.

En fin. Ha sido toda una experiencia esto del blog. Me he divertido mucho y confío en seguirme divirtiendo compartiendo con mucha gente.

En últimas, lo que más disfruto en la vida es interactuar con la gente, y conocer muchos estilos de vida. Y sorprenderme con lo similares que somos los seres humanos más allá de la distancia. Y con el blog, se puede hacer eso y mucho más.

¡Gracias!

Poesía 11

Hay voces en la noche que se apropian de mi sueño y me llenan de deseos confusos y azarosos. Que me cantan y me llenan de temores (y de risas y de signos encubiertos)

Cuando trato de atrapar el sueño con mis manos y mis ojos, reconociendo la geografía de la almohada y las duchas de oscuridad, los susurros que se apropian de mi mente, hacen de mí ser un laberinto de zanjas: Soy tan contradictorio, como inmoral. Como feliz.

Mi piel puede sentir las uñas a lo lejos. Y mi cabello puede ser punto y caricia. Y mi cuerpo puede ser respuesta y muerte.

Ambiguo es mi segundo nombre. Odio los caminos sin derivaciones y amo a los vasos comunicantes. Puedo amar y odiar al cielo en un mismo verso. Trasgresión es el título de mi mapa, que fue trazado entre gritos y absoluciones. Y dictado por un agorero.

Le dedico a mi amante en el cenit los pétalos arrancados de dos rosas y las hojas empapadas de un arrayán. (Me reservo para mí las ansias del perfume que guardé en un anaquel y las manchas de tinta)

Le dedico a mi pecado, tres suspiros, dos arrepentimientos, y mis ansias de romper piel. Y mi decisión de cavar de vez en cuando.

Con las letras de mi nombre, se pueden escribir los rezos más paganos.

Y algún refrán silenciado.

Imagino que vuelo

Primera de varias especulaciones

Cierro los ojos y siento como despego. Como me rozo con el aire frío de la noche bogotana y con sus tenues corrientes. Como debajo mío los automóviles son veloces seres casi-vivos con esencia propia.

El desprendimiento de la tierra me da miedo. Pero también me da libertad para escoger muchas más sendas (que la costumbre me tienta a llamar caminos).

Adorno las cornisas, y le pongo una flor a una muchacha que duerme y ha dejado su ventana abierta. Espero que quede enamorada de mi. Puedo reflejarme en los vidrios más altos. Puedo tocar la cima de las cúpulas de mis iglesias favoritas (con más serenidad que cuando subí a una de las torres del Colegio Javeriano en Pasto, por unas escaleras espeluznantes). Mi andamio de ideas es el acompañante más adecuado para alejar cualquier temor. También tengo un plan B.

Y voy rápido al cerro de monserrate, sin usar telesférico ni funicular. Puedo llegar tan alto con esta ligereza que gobierna mi cuerpo. Ya no debo temer a la rinitis (en otras circunstancias mi nariz hubiera tenido una reacción alérgica al absorber tanto frío, a tal altura y a tal hora de la noche). Con este vuelo, puedo llevar hasta los pulmones la sensual humedad de los cerros tutelares, mientras busco la cima, la que suelo ver desde la Avenida Caracas con tercera con anhelos de coronar, después de salir de Transmilenio.

Ya en la cima, observando una ciudad que se pierde en el infinito, recuerdo que quiero visitar un par de humedales (cúmulos de aguas dulces cenagosas con mucha biodiversidad). Quiero contemplarlos desde el cielo, quiero adornar su noche cautivante.

Y vivo un despliegue de luces bajo mi cuerpo. Es una ciudad de 8 millones de personas que juega con sus bombillos a conquistar el espacio estelar. Que me deleita con su impredecible sincronismo.

Y desde arriba "veo" el más especial de los diálogos humanos. Es el de los automóviles. Parece que todo ese flujo de carros por las autopistas obedeciera a una sola voluntad universa. El tráfico vehicular parece un sólo organismo vivo y acelerado.

Y todo es tan hermoso, y tan impredecible, que no puedo evitar aterrizar en uno que otro techo, sólo por sentir el placer de imaginar historias contadas desde otras perspectivas.

Y acaricio a un pájaro perdido que resulta ser amigable. Y admiro su mecanismo de vuelo, mientras pienso que más sitios devorar con mis sentidos.

Y todo gracias a mis "alas".

El niño

El regreso de la tentación de pasar de largo

Son las ocho de la noche del sábado y un niño toca la puerta. "Yo vivo en el taller de Don Roberto" dice. (Roberto es uno de mis primos) "Pero no tengo llave y mi mamá no está.

Se trata de uno de los hijos de la pareja que cuida el taller de mi primo. Es pequeño y está muy maltrajado. Su madre, se ha quedado en casa de una amiga que les ha regalado agua. (Les quitaron el servicio desde el día anterior por falta de pago). La señora mandó al niño (que me dice que tiene nueve años) con unos 30 litros de agua en un par de botellones, para lo cual el pequeño se valió de un coche de bebé que viene arrastrando por varias cuadras.

El niño llegó a su casa, y sus hermanitos (¡Todos menores que él!) estaban dormidos. Así que no hubo quien le abriera. Dada la avanzada hora de la noche (y lo complicado del sector) el pequeño decidió recurrir a nuestra casa, pues alguna vez había visto entrar a mi primo en casa de mi tía.

Mi primo no está. ¿Qué hacer? De nuevo está "La tentación de pasar de largo", esta vez en la forma de: "No quiero salir a estas horas". Pero es solo un niño, no lo puedo dejar solo. Lo acompaño hasta el taller. Le ayudo a tocar más duro. A gritar. Sus hermanitos están muy dormidos, y el pequeño a cada instante se preocupa más. Teme que se hayan salido al dejar mal cerrada la puerta o que no estén bien. (¿Cómo puede una madre dejar encerrados en un taller a sus hijitos de tan corta edad?)

Le digo que vayamos a casa. Que espere allá. Se me ocurre preguntarle si hay un teléfono en el sitio donde esta su mamá. "Si es el XXXX" dice. "Bien, entonces vamos a casa y la llamamos" digo.

Llegamos de nuevo a casa y le ayudo a entrar al antejardín su pequeño tesoro, el que ha cuidado y transportado con tanto cariño: El Agua. El coche está algo dañado, así que maniobrar para meterlo al antejardín ha sido una locura (pero era necesario, ¡a veces los indigentes se roban cada cosa!)

Cerrada la reja, vamos a llamar a su mamá desde el teléfono de mi tía. El niño logra hablar con su madre, y esta le dice que saldrá en ese instante.

Así que salimos de nuevo. Caminamos despacio, haciendo tiempo. El niño me cuenta que le gusta mucho la geografía, que es cristiano, que es hincha del Club de Fútbol América, (El escudo del América de Cali tiene un diablo rojo, pero el pequeño intelectual que me acompaña, tiene claro que no es más que un dibujo, y en ningún caso una razón para cambiarse de equipo) que a veces se aburre por que no hay muchos niños en la cuadra.

-Mucho gusto, yo soy Raúl, le digo extendiéndole mi mano. El tímidamente me da su manita sucia. "Me llamo Camilo"

Le digo a Camilo que estoy para servirle. El me sonríe y dice: "Igual. Pero yo solo le sirvo a Dios"

Cuando llegamos al taller me despido. El me mira fijamente. Le pregunto si quiere que me quede. El sonríe y me dice que si. Entonces reparo en que deben ser las nueve y media de la noche. No es prudente dejarlo allí solo. Entonces decido quedarme charlando con él.

Me cuenta que un vecinito de su misma edad (que hace un rato pasó y saludo) ya sabe manejar carro. Yo no le quiero creer, pero el señala con el dedo y me muestra como su amiguito está cuadrando el carro de su papá. El quiere aprender.

Luego me cuenta que le gusta ir a las ceremonias cristianas. Pero que hace varios días no va, pues no tienen plata para pagar (el diezmo, me imagino). "Pero mamá está reuniendo para eso" dice, mientras yo no puedo evitar mirar sus zapaticos rotos y su ropita vieja y algo sucia.

"Me apena hacerte esperar, Raúl" dice el niño.

Después de un rato llega la mamá. Es una joven que debe tener mi edad. El pequeño se lanza a sus brazos mientras la madre lo mira con alegría. Está apenada conmigo. Le digo que no hay de qué.

Le reitero a Camilo, que estoy para servirle. El sonríe y me agradece. Yo siento que ha valido la pena venir al mundo.

Y sueño con un país mejor para Camilo. Y para tantos niños. Y claro, por qué no, para mis hijos (que aún no tengo). Me encantaría que si yo falto, alguien haga algo amable por un hijo mío. Creo que los pingüinos se ocupan de las crías de los otros.

Poesía 10

Ya no le temo al sarcasmo de los ídolos.
Ni a las muertes sucesivas del cobarde.

(Pero me dueles en los muslos y en la piel.
Y tus exhalaciones se guardan en mi oído)

Si las persuasiones fueran más tenues, me enamoraría hasta de una roca (pero todos quieren ser navajas)

(Yo puedo hablar de amores que he desenterrado.
Los besos que duermen en mi piel, tiene voz propia.
Pero no puedo sobrellevar el rigor de las heridas que me inflingen.)

Si los devaneos fueran rocío, desistiría de la causa perdida con la que me embeleso. Y me fundiría con el primer discurso que me hechice.

(Pero eres verdad en forma de verso, y tus ideas son dedos que tocan y trasnochan)

Ya no le temo a las noches de botellas partidas.
Ni a los gritos de tres de la mañana.

Política

Años de creer en ilusiones que terminaron diluidas.

Como referente tenía la inmensa admiración de mi padre por un político conservador (asesinado) que se llamaba Álvaro Gómez.

Cuando tuve uso de razón, y buscando tener mi propia personalidad, apoyé al candidato liberal César Gaviria. Tenía nueve años y creía en el mejor futuro que el prometía. No hubo tal. Hubo una fuerte guerra contra los carteles de la droga y una hora "Gaviria" creada para disminuir el consumo de luz (¡adelantaban el sistema horario una hora!) Y una apertura económica tosca que golpeó a muchos. De futuro, entre poco y nada.

Cuando tenía trece, vi un líder en Andrés Pastrana. Mi admiración a este personaje estaba reforzada por el gran aprecio que mi mamá le profesaba a la joven y promisoria figura conservadora. El salió derrotado y el niño fanático que yo era quedó muy golpeado.

Siguieron cuatro años de un gobierno tormentoso, en medio del cual conocí mi pasión por el periodismo. Una época de corrupción y desgobierno, de guerra de vanidades y de mínimo interés por la patria, que se hizo una mina interminable de investigaciones para la prensa.
El gobierno de Samper Pizano dejó un país en crisis. Y un hombre que cargó con una realidad brutal a la que no pudieron sobreponerse ni él ni el país.

Cuando tenía 17, volví a creer en Andrés Pastrana. Pero él ya no era más el jovencito liviano de cuatro años atrás. Era un político herido en su orgullo por la derrota anterior. Logró ganar gracias a la inconformidad del país con el gobierno anterior, y a su carisma. Pero su romance con el electorado duró poco y el país lo quedó odiando por su fallido diálogo con la guerrilla y su desastre económico. Yo que no podía odiarlo pues era mi ídolo, si quedé frustrado, pues ya tenía la edad suficiente para asumir la gravedad de la situación del país. Me sentí un poco tonto por haber creído tanto en el sistema y sus campañas.

Cuando tenía 21 llegó Uribe. El Mesías autoproclamado. El hombre que afirmaba que el iba a crear un nuevo país. El que convenció a todos que la historia comenzaba con él. El que planteó la guerra como salida. Y en esa época yo ya sabía algo de historia y de realidad.

Y entendí que un montón de sujetos se turnaban ideas para confundir a la gente que mantenían en el hambre y el analfabetismo. Que las monstruosidades de los grupos violentos, además de tener origen en la maldad de ellos, lo tenían en la desigualdad y en la indiferencia del estado colombiano.

Y que Uribe era sólo la careta de turno de una clase dirigente que no ha hecho otra cosa que atracar a su propio pueblo. Al igual que lo habían sido mi otrora admirado Pastrana, Samper, Gaviria y demás.

Y me sentí solo en un mundo que era muy distinto a como me lo habían vendido. Creo que gasté muchos años de mi niñez y adolescencia, erigiendo ídolos con pies de barro.

Escribo sobre esto, pues he sabido que Pastrana ha aceptado la embajada de Uribe en USA. Y ya no me sorprende. Son dos caras de lo mismo. Pero no puedo negar que sólo hasta conocer esa noticia, puede sacudirme para siempre de ese "aprecio irracional" que le guardaba a Pastrana.

Pertenezco a una generación que tiene que repensar su patria, más allá de rencores y resentimientos de los cuales me estoy deshaciendo para quedar limpio. Y comparto mi historia, pues quiero dejar que por fin, las ideas libres fluyan de mi. Y porque no hay nada que desee más que ver una juventud libre pensando sobre su futuro sin "Lavados Cerebrales" ni manchas de ese pasado que gobernó la indiferencia.

(Hay días en que me pongo tan político, y quisiera cambiar el mundo)

martes, agosto 08, 2006

De cerca

jueves, agosto 03, 2006

Atardecer

miércoles, agosto 02, 2006

La tentación de pasar de largo

Momentos interesantes de la vida

El reloj marca más de las 7, y me he comprometido con mi jefe a llegar temprano a la oficina, dado que hoy no tengo clase de periodismo. Voy a toda velocidad, casi que sin mirar a los lados (algo extraño en mi).

Entonces, veo a un señor (un taxista) empujando su carro y luego haciendo una complicada y rápida maniobra para subirse y encenderlo. Sin duda, un procedimiento sin futuro.

Mis pies siguen caminando, mientras mis ojos no pueden escapar de la escena. El hombre necesita ayuda, pero yo tengo afán. Pienso en devolverme pero por un par de segundos sigo de largo y me limito a mirar de reojo.

Pero entonces mis pies se detienen. No puedo seguir de largo. La calle está muy sola. No puedo esperar que otro lo haga. Y mis pies giran y decido que vale la pena gastar cinco minutos en alguien que me necesita.

Tímidamente me acerco y pregunto con vos interrumpida (se tan poco de carros que suelo intimidarme ante situaciones de este estilo) ¿Puedo ayudarle en algo, amigo?... El se ríe: Pues claro, a empujar... luego me explica que su carro ha tenido una falla en su sistema eléctrico...

Y empezamos a empujar el carro para darle impulso y luego él se sube (y yo empujo mientras me quejo de mi lamentable estado físico, en voz baja, claro)

Después de dos intentos fallidos, el carro por fin enciende, y por fin, mi labor termina. El hombre está muy agradecido. Una señora que pasa me felicita por mi proceder y yo me pongo rojo. Luego, parece que el carro se apaga (y en ese instante, mi agitada respiración y mi reloj, temen por su suerte) pero solo se trata de un giro que va a hacer el taxista.

Entonces sigo mi camino hacia la oficina pensando en cuan cerca estuve de ignorar al señor y dejarlo allí tirado. Cuan cerca estuve de abandonarlo a su suerte, sin pensar cómo estaría yo de angustiado en una situación semejante.

Y veo que tengo mucho que aprender y mucho que caminar, para poder hacer algo por este mundo confundido y desesperado.

(Y que debo hacer ejercicio. Es cierto que Bogotá está a 2700 metros, pero es que ¡casi me asfixio empujando un carro!)

Un día muy especial

Mi regreso oficial al mundo universitario

El reloj me ha despertado a las 5:30 AM, pero me niego a levantarme. Sin embargo luego recuerdo cuantos años he soñado con este día y me pongo de pie.

¡Es cierto! Por fin es mi primer día como estudiante de periodismo. Estoy medio dormido, pero me levanto y me ducho. Mi tía, con un cariño inmenso está en pié antes que yo, pensando en mi desayuno. Sus 79 años son los más vitales que he visto. A todo instante está pendiente de su entorno. (Me sigue la corriente en muchas cosas)

Ahora, es tiempo de salir a explorar. Necesito encontrar la ruta de bus adecuada y mi primo César me ha dado algunas indicaciones útiles. No me toma mucho tiempo lograr esta primera pequeña meta del día.

Llego a mi destino y no puedo evitar sentirme un poco nervioso. Entro al edificio donde se encuentra el salón destinado para mi clase, y no tardo en ubicarlo. Al instante tomo asiento y me encuentro sentado con otras 25 personas, esperando el inicio de la clase.

Cuando Omar empieza a hablar, me río bastante, pues sin duda es un sujeto divertido. Nos cuenta muchas cosas sobre la "especialización en periodismo", sobre el oficio en si mismo y sobre la logística del curso.
Es nuestro turno de presentarnos.

La mayoría en el curso son mujeres. Hay personas de distintas profesiones y de varios sitios del país. Algunos ya tienen experiencia en la prensa, y otros al igual que yo, son novatos. Este es el primer momento que comparto con mi nueva micro sociedad.

(Mi psicóloga dice que este es el primer día del resto de mi vida, y creo que tiene razón. Que debo celebrar el inicio de esta nueva etapa. Aún no se como. Pero le estoy dando vueltas al asunto)

Mi teléfono celular (que esta en modo silencioso) empieza a vibrar antes de que se termine la clase. Los clientes ya despertaron, y el negocio que me da para estudiar también. Cuando salgo de la clase, al fin contesto el teléfono, y de repente vuelvo a mi rol de vendedor, que para ser sincero, también disfruto mucho.

Ahora debo recoger mi recibo de matrícula, y luego, buscar una ruta de bus que me lleva a la oficina desde este punto. Hoy, todo es aprendizaje y nuevos paisajes.

Salgo de la nueva universidad que me acoge, con algo de frío, y no puedo evitar echar una mirada al Cerro de Monserrate. Símbolo de esta ciudad que juega a ser cómplice de mi viejo sueño de ser periodista.

(Hoy ya mis clases terminaron y de neuvo tengo una gran incognita: ¿Qúé sigue?

Acuarela

Lo que uno no conoce de si mismo.

Amo los colores y la luz. Los contrastes, las sombras y los relieves. Pero no se ni dibujar, ni pintar ni esculpir. No tengo muchas habilidades plásticas. (A diferencia de mi mamá y de mi hermano mayor, que son muy hábiles con pinceles y lápices). Por esta razón, nunca voy ha olvidar a la persona que me animó a pintar.

Se trata de mi amiga Karina. En alguna temporada vacacional que pasé en mi tierra, ella me invitó a pintar. Me animó a tomar el pincel y a cometer manchas sobre el papel. Se trataba de romper el miedo a la primera vez. De disfrutar la magia de lo novedoso. De conocer nuevas estéticas más allá del realismo estricto. De dejar que los colores y el ritmo propio de la muñeca dijeran lo que tenían que decir. La verdad el experimento fue exitoso.

Karina es la hermanita menor de uno de mis grandes amigos y en verdad siempre la había visto como una niña. Pero el tiempo pasa, y van apareciendo sobre la faz de la tierra, nuevas mentes revolucionarios. Nuevas ideas y formas de ver el mundo, que empiezan a surgir de aquellas personas que apenas ayer, eran unos niños.

Es realmente muy agradable ver como la humanidad, de manera totalmente natural conserva un equilibrio en la sociedad, reabasteciendo cada una de las corrientes que hacen viable su existencia. Con un encanto sutil y mágico.

Recuerdo la canción de Sui Generis: "Nuestro hijo traerá todo lo demás, Él tendrá nuevas respuestas, para dar". Creo que es una visión acertada del asunto. Por eso cada vez que veo un bebé, un niño o un adolescente, no puedo evitar conmoverme ante el gran potencial que está allí a mi alcance. Ante las mentes infinitas que están en gestación para alegría de la humanidad.

Ahora, Karina, que es una adulta, es uno de mis referentes mentales. Con la belleza de sus sueños y con la pasión hacia la ciencia que la caracteriza. Esa mente que hace sólo un tiempo no era más que un asomo de su potencial, hoy es una realidad maravillosa de la cual podemos disfrutar todos sus amigos.

Y eso me hace pensar en que tengo 24 años, y que no soy más que un esbozo de lo que puedo llegar a ser. Que de alguna manera yo también estoy saliendo de una nueva crisálida. Que disfruto del placer de sospechar mi futuro, con la misma incertidumbre con la que veo crecer la mente de los niños.

Un brindis por las acuarelas que mi joven maestra me condujo a hacer. Un brindis por las mentes deliciosas que vienen. Y claro, también por las que se fueron.

Un buen rato en el carnal

Los buenos amigos son el mayor patrimonio de un ser humano.

No es usual que salga por las noches. Mucho menos un miércoles. La verdad soy muy casero, y prefiero ir a conversar a mi casa, a ver novelas y a leer prensa que quedarme dando vueltas. Claro que hay días en que hago excepciones, y claro, como no con muy comunes, me las gozo al máximo.

(De la noche bogotana me gustan los avisos luminosos, la ropa novedosa y desafiante que lleva mucha gente joven, el aire fresco que mantiene despierto a cualquiera y la alegría y vitalidad que se respira en muchos sitios, uno de ellos el Centro Andino. No me gustan las discriminaciones que se dan en estos sitios contra la gente de menos recursos, el aire de indiferencia frente al resto del mundo y el frío intenso que a veces reina)

Esta noche he quedado de encontrarme con uno de mis grandes amigos al que llamo afectuosamente "El gran gavilán". Pronto se va para Italia a continuar sus estudios en electrónica. Es un gran ingeniero, pero sobre todo una gran persona, de esas que son indispensables para vivir en armonía con el mundo. Vamos a comer "burritos" en un restaurante mexicano bastante agradable (y de buen precio, a pesar de su ubicación privilegiada). Hace ya varios días que no hemos tenido oportunidad de charlar pues el hombre está muy dedicado a sus trámites de viaje y a terminar su trabajo actual con lujo de detalles. (Además hace poco le robaron su celular, y en esta sociedad, no tener celular o cambiarlo repentinamente dificulta mucho la comunicación rápida).

Cuando llega mi amigo (He aprovechado los anteriores minutos para mirar ropa, discos y libros en algunos locales del centro andino) reparo que viene con su novia. ¡No la conocía! Me parece una mujer bastante bonita y muy elegante. Entramos al restaurante y nos encontramos con un cuarto amigo, con lo que el grupo ha quedado completado.

Mi amigo, poco a poco, se está despidiendo, y eso me tiene triste. Pero se que es lo mejor para su carrera. Además cuenta con varias ventajas. Su novia, vive actualmente en Suiza, así que para ellos, ahora verse será más fácil. Ella está feliz, por supuesto. Sabe que a su viaje a Ginebra que está prácticamente encima, seguirá el de su novio a Turín, en no más de un par de meses.

Y procedemos a comer. Y a conversar... (¡Cómo me gusta conversar y conocer gente nueva!). Hablamos de las viejas baladas de los setenta que yo escuché durante toda mi infancia, y todos se burlan. A ratos tarareo un vallenato sólo por indignarlos. Es una bonita noche.

Nos despedimos. Espero ver a mi amigo antes de que viaje. Él si que es un gavilán de alto vuelo.

(Ya mi amigo terminó su especialdiad y ahora busca trabajo en Italia. Creo que tendrá muchos éxitos)

Funcionarios

Los hay desde los muy tiernos hasta los que creen que uno es su esclavo.

Son las 8 AM en una oficina gubernamental. En esta ocasión se trata del Ministerio de Relaciones Exteriores y vengo a hacerle poner la "Apostilla de la Haya" a un documento de un viejo amigo que vive lejos de Bogotá.

De repente abren las puertas y un portero empieza a vociferar: "Pueden entrar, pero con celulares apagados". Empieza a dar paso a la gente, no sin cierta displicencia, que mi extrema sensibilidad percibe casi como desprecio.

Empieza la fila para tomar el digiturno (segmento de papel que se desprende de una tira larga, donde se asigna un turno a la persona, que posteriormente debe estar pendiente de que el citado número aparezca en un despliegue digital que suele ser rojo). Un hombre ya entrado en años empieza a hablar por el micrófono, con rabia: "Tengan sus documentos a la mano. Por favor. Sepan a que vienen. Aquí hay gente que madruga a aguantar frío, pero no sabe ni lo que quiere". El sujeto se siente grandioso frente a su micrófono. Siente poder. Parece que se cree el cuidandero de un campo de concentración.

Luego de recibir el digiturno, me dirijo a la inmensa sala, donde uno debe esperar el momento de su diligencia. La gente dice que hemos tenido suerte. Que esta fila normalmente es de hasta siete horas. Hoy solo ha sido de dos horas. A mi alrededor, mucha gente con ganas de dejar el país, en búsqueda de mayores oportunidades y una mejor calidad de vida. Esta el sueño americano, el español, el británico, el australiano y hasta el ecuatoriano. Muchos han venido desde muy lejos (otras ciudades diferentes a Bogotá, donde la situación económica es más dura) y están haciendo fila desde las 5 de la mañana. Varios quieren reunirse con su familia. Esposas, esposos hijos y padres, llevan varios meses o años buscando un encuentro con sus seres amados.

Yo, que vengo a hacer una diligencia muy sencilla (registrar un matrimonio en una embajada, para efectos de nacionalidad. Para mi la diligencia no es tan importante. Pero otra gente tiene su vida depositada en esta empresa. Sin embargo estos tipos del ministerio nos tratan como animales. "El siguiente ruge el sujeto por el micrófono". Parece no entender que su sueldo sale de los impuestos que pagamos todas las personas. Que en realidad el está para servirnos, no para maltratarnos.

Cuando al fin me llaman para devolverme el documento apostillado, descubro con sorpresa que han errado la escritura de un apellido. La apostilla es inservible y debo esperar 20 minutos para el cambio. LA vuelven a emitir, y ahora, equivocan la escritura de un apellido que en la versión anterior habían escrito bien. A ellos les parece divertido. En ese momento no se acuerdan de la agresividad con que tratan a la gente ante el menor error.

Otros 20 minutos me esperan y por culpa de esta gente, voy a llegar tarde a mi trabajo. Timbra mi celular. Debe ser algunos de mis clientes. Tal vez necesiten algún cable con urgencia. Me atrevo a contestar y aparece un vigilante: "Señor, es que no ve el letrero que dice que aquí no se puede usar celular". Es cierto. El vigilante, a pesar de su grosería tiene razón.

Más allá de mi evidente culpa (aunque no alcancé ni a balbucear una palabra antes de que el vigilante acudiera a regañarme) ¿Alguna persona del sistema de servicio público y atención al ciudadano, se ocupa de ver la manera casi esclavista en que ciertas instituciones tratan el ciudadano? ¿Cómo podemos exigirle a la gente si el estado es tan mediocre y da tan poco? y finalmente un favor para los amigos del sector público: Por favor, trátennos a los ciudadanos como sus iguales (que eso somos). Sírvannos como si fuéramos su familia (que en general, eso somos). Y muy especialmente, recuerden que esos ciudadanos a los que a veces maltratan, son los mismos a los que suelen acudir (y muchas veces encuentran respuesta) en busca de apoyo cuando están en medio de sus protestas y luchas sindicales. Para exigir, es mucho lo que hay que dar. Tienen nuestro apoyo, pero por favor, gánenselo. Son nuestros hermanos, y los apreciamos mucho, pero eso no excusa de ninguna manera el maltrato al ciudadano.