miércoles, agosto 09, 2006

El niño

El regreso de la tentación de pasar de largo

Son las ocho de la noche del sábado y un niño toca la puerta. "Yo vivo en el taller de Don Roberto" dice. (Roberto es uno de mis primos) "Pero no tengo llave y mi mamá no está.

Se trata de uno de los hijos de la pareja que cuida el taller de mi primo. Es pequeño y está muy maltrajado. Su madre, se ha quedado en casa de una amiga que les ha regalado agua. (Les quitaron el servicio desde el día anterior por falta de pago). La señora mandó al niño (que me dice que tiene nueve años) con unos 30 litros de agua en un par de botellones, para lo cual el pequeño se valió de un coche de bebé que viene arrastrando por varias cuadras.

El niño llegó a su casa, y sus hermanitos (¡Todos menores que él!) estaban dormidos. Así que no hubo quien le abriera. Dada la avanzada hora de la noche (y lo complicado del sector) el pequeño decidió recurrir a nuestra casa, pues alguna vez había visto entrar a mi primo en casa de mi tía.

Mi primo no está. ¿Qué hacer? De nuevo está "La tentación de pasar de largo", esta vez en la forma de: "No quiero salir a estas horas". Pero es solo un niño, no lo puedo dejar solo. Lo acompaño hasta el taller. Le ayudo a tocar más duro. A gritar. Sus hermanitos están muy dormidos, y el pequeño a cada instante se preocupa más. Teme que se hayan salido al dejar mal cerrada la puerta o que no estén bien. (¿Cómo puede una madre dejar encerrados en un taller a sus hijitos de tan corta edad?)

Le digo que vayamos a casa. Que espere allá. Se me ocurre preguntarle si hay un teléfono en el sitio donde esta su mamá. "Si es el XXXX" dice. "Bien, entonces vamos a casa y la llamamos" digo.

Llegamos de nuevo a casa y le ayudo a entrar al antejardín su pequeño tesoro, el que ha cuidado y transportado con tanto cariño: El Agua. El coche está algo dañado, así que maniobrar para meterlo al antejardín ha sido una locura (pero era necesario, ¡a veces los indigentes se roban cada cosa!)

Cerrada la reja, vamos a llamar a su mamá desde el teléfono de mi tía. El niño logra hablar con su madre, y esta le dice que saldrá en ese instante.

Así que salimos de nuevo. Caminamos despacio, haciendo tiempo. El niño me cuenta que le gusta mucho la geografía, que es cristiano, que es hincha del Club de Fútbol América, (El escudo del América de Cali tiene un diablo rojo, pero el pequeño intelectual que me acompaña, tiene claro que no es más que un dibujo, y en ningún caso una razón para cambiarse de equipo) que a veces se aburre por que no hay muchos niños en la cuadra.

-Mucho gusto, yo soy Raúl, le digo extendiéndole mi mano. El tímidamente me da su manita sucia. "Me llamo Camilo"

Le digo a Camilo que estoy para servirle. El me sonríe y dice: "Igual. Pero yo solo le sirvo a Dios"

Cuando llegamos al taller me despido. El me mira fijamente. Le pregunto si quiere que me quede. El sonríe y me dice que si. Entonces reparo en que deben ser las nueve y media de la noche. No es prudente dejarlo allí solo. Entonces decido quedarme charlando con él.

Me cuenta que un vecinito de su misma edad (que hace un rato pasó y saludo) ya sabe manejar carro. Yo no le quiero creer, pero el señala con el dedo y me muestra como su amiguito está cuadrando el carro de su papá. El quiere aprender.

Luego me cuenta que le gusta ir a las ceremonias cristianas. Pero que hace varios días no va, pues no tienen plata para pagar (el diezmo, me imagino). "Pero mamá está reuniendo para eso" dice, mientras yo no puedo evitar mirar sus zapaticos rotos y su ropita vieja y algo sucia.

"Me apena hacerte esperar, Raúl" dice el niño.

Después de un rato llega la mamá. Es una joven que debe tener mi edad. El pequeño se lanza a sus brazos mientras la madre lo mira con alegría. Está apenada conmigo. Le digo que no hay de qué.

Le reitero a Camilo, que estoy para servirle. El sonríe y me agradece. Yo siento que ha valido la pena venir al mundo.

Y sueño con un país mejor para Camilo. Y para tantos niños. Y claro, por qué no, para mis hijos (que aún no tengo). Me encantaría que si yo falto, alguien haga algo amable por un hijo mío. Creo que los pingüinos se ocupan de las crías de los otros.