miércoles, agosto 09, 2006

La calle tercera

Un paseo dominical

Acompaño a mi tía a dar una vuelta por los barrios Eduardo Santos y Santa Isabel, que conforman el sector donde vivimos. Ella quiere aprovechar el día soleado que Bogotá nos está regalando, luego de un par de semanas heladas, grises y más bien húmedas. Yo por mi parte, quiero descansar un rato de mi intenso estudio de ortografía, que durante tres horas me ha sumido en un mar de interesantes reglas que debo dominar para el examen que está próximo a llegar. El sueño de ser periodista bien vale mejorar la redacción, la ortografía y demás herramientas idiomáticas.

El sol nos está esperando. Es un espectáculo poco usual para mí. Normalmente estoy en el trabajo, en la universidad, y los fines de semana suelo ir a cine, o a visitar familia. Casi siempre "bajo techo".

Lo más encantador de caminar con mi tía es escuchar las decenas de nombres de plantas que domina. La calle tercera, es un sitio muy adecuado para conocer el reino vegetal.

-Ese es un urapán, el árbol que más abunda en Bogotá- dice mi tía. Yo estoy algo despistado pero capto el dato. Debo haber visto unos mil de esos árboles, pero me limito a llamarlos "árboles".

-Esa es una camelia. Y ese de allá es un cerezo. Tal vez no le favorece la época del año, por eso está tan seco.

-Esa es una araucaria- me dice mientras señala el árbol al que yo me había atrevido a denominar pino.

Me muestra un jardín lleno de margaritas y de "bella de las once", una flor especial que se caracteriza por llegar a su máximo punto de belleza a las once de la mañana.

Mientras tanto, por la vía, hay una gran variedad de personas. Desde los típicos paseadores del domingo que salen con sus hijos y sus amigos, hasta los mismos fantasmas que siempre están ahí: los mendigos, los drogadictos y los locos, que van caminando sin descanso por las calles. Sin rumbo alguno.

Mi tía se pregunta por la familia, por los hijos, por los padres, de estos indigentes, para los cuales no hay sábado ni domingo. Sólo la calle y una bolsa de boxer.

Y al rededor están las tiendas de cachivaches, los asaderos de pollos, los supermercados, los talleres, los bares con música a todo volumen. Y entre todos hacen un concierto visual y sonoro que satura los sentidos de cualquiera.

Mientras tanto, la tarde empieza a morir y el atardecer del domingo hace que mi tía acelere el paso en busca de casa.

Esta tarde no ha sido ni de ires y venires, ni de buses y taxis, ni de noche y música, ni de cenas y amigos. Ni de despedidas o cumpleaños. Ha sido una tarde para caminar a la velocidad de mi tía, compartiendo sus inquietudes, sus temores. Y claro, las sabias respuestas que los años depositan en la mente de quien esté dispuesto a aceptarlo.

Ya habrá tiempo para otras cosas. Debo repasar las reglas ortográficas y revisar la prensa. Corresponde a un buen periodista. Pero escribo para que la calle tercera no se me escape de la mente. Con sus flores, sus árboles y su gente.