miércoles, agosto 09, 2006

Las flores 2

La pasión por la vida, la belleza y las flores.

5 y 30 AM. Despierto un poco atontado. Todavía no me acostumbro del todo. Salgo a la sala, tratando de despertarme del todo. Mi tía ya esta levantada, y está ocupándose de sus plantas. (Cuando uno está más viejo no le da tanto sueño, dice entre risas).

Es común que mi tía a estas horas traslade su almácigo de violetas de los alpes, del patio trasero a la ventana que está al lado del balcón. Aprovecha la reja de seguridad de esa ventana, para atrancar los pequeños recipientes de plástico que contienen a cada matita.

-Las violetas de los Alpes son muy delicadas. No pueden estar expuestas a mucha luz, pero si no les llega un poco de sol, pueden enfermar- dice mi tía.

Yo escucho con cuidado mientras trato adaptarme al frío de la mañana bogotana. Es que separarme de las cobijas, me resulta duro.

-El exceso de humedad también las mata. Es mejor echarles sólo un poquito. (Ella les aplica agua hace con un gotero).

No puedo evitar recordar la violeta que maté hace un año, cuando mi tía se fue unos días a Chía (pueblo cercano) y me dejó a cargo del apartamento (soy muy descuidado con esas cosas). Le apliqué demasiada agua (por si luego se me olvidaba volverle a echar). Asesiné a una violeta de los Alpes, y tendré que vivir con ello (¡No es tan duro, ja, ja!)

-¿Si vio las flores que puse en la mesa de centro? (Me río, indicando que no). Es que no se fija en nada (se ríe, mientras me llama la atención hacia el espléndido ramo de astromelias que adorna la sala).

La verdad es que me levanto con tanto sueño que prácticamente no miro a mi alrededor. Afortunadamente mi tía evita que me pierda estos hermosos detalles.

-Cuando salga, mire los claveles rojos. Hace tiempo no veía unos tan grandes. Hay tres y ya uno se está muriendo, pero los otros están hermosos. Y abajo, mire los girasoles. El grande se lo robaron. (Muestra su molestia)

-Le va a tocar sembrar dos matas. Una para los novios que les llevan flores a las muchachas y otra para lucirla en el jardín. Esa es la solución- Le digo. Ella sonríe con tierna indignación-. La otra opción, es poner una cerca eléctrica- Digo absurdamente, para acabar de despertarme.

A las risas y a la breve charla las interrumpe una nueva alarma de mi despertador. Me debo meter a bañar o llegaré tarde.

En unos treinta minutos estoy listo para salir a clase. Cuando estoy cerrando la reja que separa el antejardín de la calle, mi tía se asoma por la ventana, y me dice que mire los claveles. Y también las "cecilitas" (Rosas pequeñas). Yo levanto la mirada, y sonrío ante la perfección del balcón más florecido de la cuadra.

Al girar en la esquina, me encuentro con el mundo.