miércoles, agosto 09, 2006

Imagino que vuelo

Primera de varias especulaciones

Cierro los ojos y siento como despego. Como me rozo con el aire frío de la noche bogotana y con sus tenues corrientes. Como debajo mío los automóviles son veloces seres casi-vivos con esencia propia.

El desprendimiento de la tierra me da miedo. Pero también me da libertad para escoger muchas más sendas (que la costumbre me tienta a llamar caminos).

Adorno las cornisas, y le pongo una flor a una muchacha que duerme y ha dejado su ventana abierta. Espero que quede enamorada de mi. Puedo reflejarme en los vidrios más altos. Puedo tocar la cima de las cúpulas de mis iglesias favoritas (con más serenidad que cuando subí a una de las torres del Colegio Javeriano en Pasto, por unas escaleras espeluznantes). Mi andamio de ideas es el acompañante más adecuado para alejar cualquier temor. También tengo un plan B.

Y voy rápido al cerro de monserrate, sin usar telesférico ni funicular. Puedo llegar tan alto con esta ligereza que gobierna mi cuerpo. Ya no debo temer a la rinitis (en otras circunstancias mi nariz hubiera tenido una reacción alérgica al absorber tanto frío, a tal altura y a tal hora de la noche). Con este vuelo, puedo llevar hasta los pulmones la sensual humedad de los cerros tutelares, mientras busco la cima, la que suelo ver desde la Avenida Caracas con tercera con anhelos de coronar, después de salir de Transmilenio.

Ya en la cima, observando una ciudad que se pierde en el infinito, recuerdo que quiero visitar un par de humedales (cúmulos de aguas dulces cenagosas con mucha biodiversidad). Quiero contemplarlos desde el cielo, quiero adornar su noche cautivante.

Y vivo un despliegue de luces bajo mi cuerpo. Es una ciudad de 8 millones de personas que juega con sus bombillos a conquistar el espacio estelar. Que me deleita con su impredecible sincronismo.

Y desde arriba "veo" el más especial de los diálogos humanos. Es el de los automóviles. Parece que todo ese flujo de carros por las autopistas obedeciera a una sola voluntad universa. El tráfico vehicular parece un sólo organismo vivo y acelerado.

Y todo es tan hermoso, y tan impredecible, que no puedo evitar aterrizar en uno que otro techo, sólo por sentir el placer de imaginar historias contadas desde otras perspectivas.

Y acaricio a un pájaro perdido que resulta ser amigable. Y admiro su mecanismo de vuelo, mientras pienso que más sitios devorar con mis sentidos.

Y todo gracias a mis "alas".