miércoles, agosto 02, 2006

La tentación de pasar de largo

Momentos interesantes de la vida

El reloj marca más de las 7, y me he comprometido con mi jefe a llegar temprano a la oficina, dado que hoy no tengo clase de periodismo. Voy a toda velocidad, casi que sin mirar a los lados (algo extraño en mi).

Entonces, veo a un señor (un taxista) empujando su carro y luego haciendo una complicada y rápida maniobra para subirse y encenderlo. Sin duda, un procedimiento sin futuro.

Mis pies siguen caminando, mientras mis ojos no pueden escapar de la escena. El hombre necesita ayuda, pero yo tengo afán. Pienso en devolverme pero por un par de segundos sigo de largo y me limito a mirar de reojo.

Pero entonces mis pies se detienen. No puedo seguir de largo. La calle está muy sola. No puedo esperar que otro lo haga. Y mis pies giran y decido que vale la pena gastar cinco minutos en alguien que me necesita.

Tímidamente me acerco y pregunto con vos interrumpida (se tan poco de carros que suelo intimidarme ante situaciones de este estilo) ¿Puedo ayudarle en algo, amigo?... El se ríe: Pues claro, a empujar... luego me explica que su carro ha tenido una falla en su sistema eléctrico...

Y empezamos a empujar el carro para darle impulso y luego él se sube (y yo empujo mientras me quejo de mi lamentable estado físico, en voz baja, claro)

Después de dos intentos fallidos, el carro por fin enciende, y por fin, mi labor termina. El hombre está muy agradecido. Una señora que pasa me felicita por mi proceder y yo me pongo rojo. Luego, parece que el carro se apaga (y en ese instante, mi agitada respiración y mi reloj, temen por su suerte) pero solo se trata de un giro que va a hacer el taxista.

Entonces sigo mi camino hacia la oficina pensando en cuan cerca estuve de ignorar al señor y dejarlo allí tirado. Cuan cerca estuve de abandonarlo a su suerte, sin pensar cómo estaría yo de angustiado en una situación semejante.

Y veo que tengo mucho que aprender y mucho que caminar, para poder hacer algo por este mundo confundido y desesperado.

(Y que debo hacer ejercicio. Es cierto que Bogotá está a 2700 metros, pero es que ¡casi me asfixio empujando un carro!)