lunes, febrero 06, 2006

El camino de las 19:30

Cuando ya el atardecer terminó...

Es hora de partir a casa tras un día de trabajo. No se ha presentado ningún asunto especial que requiera de unas horas extras en la oficina...

Muchos ya se han ido, así que no debo despedirme de todo el mundo. La señora de contabilidad estará hasta muy tarde. Le deseo suerte, aunque se que ella y los números se la llevan bien.

Ya ha llegado el portero de la noche. Es el ser más divertido de toda la oficina. Caemos en alguna discusión teológica sin salida, mientras nos reímos de nuestras diferentes posiciones. "La vida es sufrimiento ingeniero, pero ya llegará la vida eterna" dice. Luego sonríe amablemente y afirma que al Atlético Nacional (mi equipo de fútbol favorito) le están ayudando los árbitros. Me lleno de calida indignación, mientras sostengo con toda la fe que este año "si seremos campeones".

Luego está la calle. Una que otra lámpara ilumina mi camino. El asfalto está húmedo, y a lo lejos se escucha música (reggaeton, para mi tristeza). Cuando hay partido en "El campín" se oyen los gritos de la tribuna, y yo camino mientras me imagino las jugadas (Es una pena que Nacional no venga más seguido a Bogotá).

Avanzo por la 57 ganando oriente, observando las panaderías, las droguerías, la iglesia, el teatro, y al final, la fila de pizzerías que anteceden la llegada al Transmileno (Sistema de buses articulado, cada vez más expandido en Bogotá).

En esta esquina, hay una mujer repartiendo tarjetas que promocionan un sitio de prostitución. Hay muchos de esos por estos lados.

Ahora, estoy en Transmilenio. Hoy no me ha tocado hacer mucha fila. Debo esperar el bus adecuado. El tablero electrónico asegura que llegará en 3 minutos, los cuales invertiré en disfrutar de la sensación agradable que me produce la vibración de los vidrios (que sirven de paredes y puertas a las estaciones del sistema) al veloz paso de los enormes buses. A veces, hasta apoyo mi frente contra un vidrio para sentir el efecto en todo mi cuerpo.

La gente en la estación está afanada. Y apenas reparo en ella. No faltan las personas amables que sonríen cuando accidentalmente sus miradas se cruzan con las mías.

La estación está invadida de publicidad luminosa. Ya aprendí a disfrutar del espectacular contraste de colores que genera, sin leer los avisos. Ocasionalmente, algún aviso sobresale por su mal gusto, o por su tanática, y queda tatuado en mi mente.

El enorme bus (que llamo gusano rojo) empieza a devorar ciudadanos. Yo soy parte del banquete.

Adentro también hay publicidad. Pero hay tanta gente, que no es fácil disfrutar del caos cromático. Ahora lo más interesante está más allá de las ventanas...

Es la larga avenida Caracas, que me llevará a casa en el centro-oriente de la ciudad. Desfilan ante mi entonces, funerarias, ventas de peces, talleres, tiendas de celulares, montones de indigentes (con sus eternos y fieles compañeros: los perros), algunos travestis, en fin...

Algunos gusanos sobrepasan al que me lleva en sus entrañas. Son expresos que van a más velocidad, sin parar en muchas estaciones. Otros, inician una marcha paralela... Me gusta mirar a los ojos a la gente que va en los buses de al lado. Se establece una química difícil de explicar, pero encantadora.

Quedan unos minutos para hablar vía teléfono celular con un viejo amigo que vive en el extremo sur del país. Hacemos nuestras bromas típicas, que escandalizan a más de una persona en el Transmilenio. Nunca aprendí a hablar a bajo volumen.

De repente, ya estoy en la estación del hospital. Realizo complicados desplazamientos dentro del mar de gente que ingirió el gusano, para poder alcanzar la puerta y con ella mi libertad.

Después de estos 30 minutos en Transmilenio, me quedan 5 minutos en un bus que debo luchar por tomar en una esquina más o menos caótica...

Mientras espero el bus, observo algo de televisión en la tienda donde nunca compro nada. La niña insiste: "¿Qué se le ofrece?" Todas las noches contesto: "Nada, gracias"

Por fin viene mi bus. Pronto estaré en casa, y leeré un rato el periódico, mientras mi tía me cuenta su sincera preocupación por la delicada situación de Colombia.

Las estrellas verdes

Recordando los últimos títulos de mi equipo del alma

Mi primer recuerdo de Atlético Nacional es el triunfo en la Copa Libertadores de América en 1989. Yo tenía 8 años. Ningún equipo colombiano de fútbol había ganado este prestigioso torneo, pero Nacional lo hizo. Yo, no era consciente de la magnitud del suceso, ni era tan aficionado como lo soy hoy. Lo que recuerdo es que la noche en que Nacional se coronó frente al Olimpia del Paraguay, no pude dormir bien, pues la celebración en Medellín fue impresionante. Eran los primeros tiempos en Nacional del legendario René Higuita y del gran Francisco Maturana.

Luego vendrían más alegrías. En el 91, un espléndido equipo donde sobresalían "El Tino" Asprilla y Víctor Aristizabal, dirigido por el "bolillo" Gómez logró la quinta estrella para el equipo verde, que por esos días había cambiado de camiseta y usaba una verde del todo (en vez de la tradicional blanca a rayas verdes). Yo esta vez estaba de regreso en mi ciudad natal Pasto, dónde la mayoría de personas eran hinchas de América o del Cali. (Hoy en día, Pasto tiene equipo en primera división y las nuevas generaciones son seguidoras del equipo de su tierra. Recuerdo las constantes discusiones en el colegio con los otros niños sobre si Nacional era mejor o no... (Tenía 10 años) El América era el archirival del momento.

Pasó el tiempo y llegó el emocionante título del 94, en el cual yo ya era perfectamente consciente del fútbol. De la técnica y la táctica. Ya era un hincha de verdad (de esos un poco insoportables que se saben los nombres de todos los jugadores de todos los equipos del torneo). Fue una época de fútbol eficiente y bonito dirigido por Juan José Peláez, que contó de nuevo con Víctor Aristizabal, René Higuita, y esta vez con el debutante Juan Pablo Ángel. Este equipo tenía una sana rivalidad con un Millonarios (de Bogotá) espectacular, que se prolongó hasta la copa libertadores del año siguiente, en la cual Nacional llegó hasta la final, pero perdió con Gremio de Porto Alegre (dirigido por el ya muy buen técnico Escolari), Por eso días, me la pasaba enfrentado en debates con mis compañeros del Javeriano, muchos de ellos buenos futbolistas (no es mi caso) defendiendo la calidad de los jugadores que admiraba, frente a las implacables críticas de los hinchas de otros equipos. Tenía entre 13 y 14 años y vivía la pasión futbolística como nunca, escuchando programas de radio todos los días para enterarme del asunto y poder salir adelante de mi amigo Hermes, que en esos días apoyaba a "Millos". Nunca volví a ser tan aficionado como en esa época.

Pasaron cinco largos años para volver a saborear un triunfo del equipo verde, esta vez de nuevo con su camiseta tradicional con rayas verdes. El triunfo fue ante el América de Cali, en una final muy apretada. El héroe de turno, el técnico Luis Fernando Suárez (hoy técnico de la selección del vecino país del Ecuador). En el equipo sobresalían Freddy Grisales y Neider Morantes. Yo, para estos días, estaba ya en la Universidad, en la ciudad de Popayán, y recuerdo haber estado trabajando en el Laboratorio 2 de Electrónica con mi compañero Ricardo, mientras sufría con los penaltis que dieron el triunfo al verde... Recuerdo como este gigante caleño (gran amigo) disfrutó de mi alegría al ver campeón a mi equipo (cuanto aprendí de este amigo)

Ayer, cinco años y medio después, luego de haber perdido dos finales consecutivas en los últimos campeonatos, Nacional se coronó por octava vez como campeón del torneo Colombiano. Estoy viviendo en Bogotá, y vi el partido con hinchas de Santa Fe (equipo de aquí) mientras compartía un espectacular asado con ellos. Son familia paternas, varios de ello primos... Fue una bonita tarde, donde tres hinchas de Nacional rodeados de varios hinchas contrarios, gozamos de una manera espectacular. Hoy en la oficina hemos entrado en calida discusión con los hinchas de otros equipos, pues les ha dado duro el título verde... Muchos no quieren a Aristizabal, que 14 años después del quinto título, ha vuelto a ser figura.

Varias etapas de mi vida, varias ciudades, y muchas personas que quiero, hacen parte de estos momentos especiales que me ha brindado el fútbol (aún siendo yo un pésimo futbolista)

Errores del pasado

Pensando en hacer las cosas mejor en el futuro

Digamos que hoy estoy un poco de pelea con el mundo, y eso me ha impulsado a hacer un trabajo que se me antoja podría llegar a ser útil. Quiero analizar detalles de mi personalidad que no me gustan, y que VOY cambiar muy pronto, pues en varios episodios me han conducido a lastimar a gente que aprecio mucho. Creo que compartir esto me ayudará a "compartir un poco la carga" con ese "gran hermano" que es el Internet...

-Hablo sin licencia del cerebro: Disfruto tanto de hablar, que algunas veces, hablo más de la cuenta y lastimo a la gente que quiero. A veces, me comprometo con cosas que no puedo (o estoy dispuesto a hacer)

-Me falta "palabra": En algunas ocasiones no he cumplido mis promesas. Por no medir lo que hablo luego decepciono a la gente (estrechamente relacionado con el anterior)

-No cuido mi ortografía: Por la emoción de escribir, a veces me olvido de detalles importantes (¡Leyendo a Ángela recordé que es importante!)

-Cambios de genio repentinos: Suelo oscilar entre estados extremos. De la alegría a la depresión, sin pasar por los estados intermedios.

-Soy ingrato con algunos amigos: Hay gente que me ha querido mucho, de la que me acuerdo muy poco.

-Sufro de necesidad de aprobación: Necesito que alguien me de el visto bueno. Me falta creer en mi mismo.

-Ansiedad: Me falta aprender a manejar la tensión en mis actividades. Soy bastante nervioso.

-Falta de decisión: Hasta hace muy poco no había tomado acciones para hacer de mi vida lo que yo quiero que sea, por eso hoy no estoy donde quisiera estar.

No sobra decir que el último de los aspectos por listar resulta bastante simpático, dada la actividad en la que me encuentro...

-Me juzgo muy duro: Esto causa que tenga una imagen bastante contradictoria de mi mismo.

Pues esta es mi situación a las 14:49 de este martes 28 de junio... Después de pensar y escribir sobre tantas cosas chéveres, pues es justo mirar un poco lo que no es tan agradable.

Acerca del amor

Pensando en la pregunta de Mensajera 28 y en los planteamientos de Angelita

Ciertamente creo que el diálogo corporal es uno de los más ricos. Conduce a un conocimiento tal que la trascripción a otro lenguaje es muy complicada. Sin embargo, quiero correr el riesgo:

"Una palabra es parte de su cuerpo. Y todos los poemas que no se pueden escribir ahora son caricias para su piel. Todas las tensiones ahora son entrega entre dos cuerpos que ante la imposibilidad de decirse lo que sienten, han optado por que el sudor sea su lenguaje.

"Hay una necesidad tan grande de comunicación absoluta, que no pueden ser dos entes separados para esta charla... Es necesario que estén contenidos el uno en el otro para que lo inexpresable sea percibido por el otro.

"Y cada vez hay una ansiedad mayor, y un deseo de integración mayor. Y una eliminación de barreras que aparentaban ser inexpugnables hace que la comunicación fluya de manera clara. Casi telepática.

"Entonces esta conversación se vuelve un contrapunteo con argumentos irrefutables de lado y lado que sólo puede tener fin en una unión absoluta, y en la consecución de un significado conjunto.

"Es así como esta charla tiene su punto máximo en un monólogo conjunto de los que antes eran dos entes" (Y del que algunos, no podemos escapar por más lejos que esté nuestro otrora interlocutor. Cuando se ha dialogado así, esa comunicación no se rompe nunca del todo...)

El italiano

En una ciudad donde todo pasa rápido, su restaurante es una excelente pausa

Debe tener más de 60 años. Es amable, jovial y vital. Siempre tiene una sonrisa y un chiste que contar. Nunca lo he visto triste.

Tiene un pequeño restaurante en el sector de Galerías, aquí en Bogotá. Es un sitio más bien pequeño pero acogedor, donde se puede comer un buen Spaghetti Carbonara y un delicioso Ossobuco con Ravioles...

Hay personas que no lo soportan. Es muy amable. Más de lo que muchos quisieran. En medio de este ritmo frenético, muchas personas se han acostumbrado a la frialdad y a la indiferencia. A ser un cliente más en la fila sin tener que mantener una charla con un desconocido.

Si lo que uno busca es un plato de comida consumible, pues en este sector hay varios restaurantes con un nivel de calidad aceptable. Donde te dan tu ración bien preparada, pero no te saludan ni se despiden de ti. Dónde toda palabra sobra y el único idioma es la moneda...

Pero si lo que uno busca es un ambiente calido y familiar, donde te hagan sonreír un poco, donde en la comida se sienta el cariño, donde uno no sea otro más del montón, pues "Delicias Italianas" y su gentil dueño calabrés son una muy buena alternativa.

Algún día charlamos más tiempo del habitual. De sus aventuras. De como llegó a Colombia. De como este bello país ha cambiado por la violencia. De todos los caminos que recorrió en la costa Caribe colombiana. De cómo se enamoró...

La verdad este tipo de espacios son los que a mi me gustan. Quiero al italiano como a una especie de abuelito divertido, que siempre está dejando "su rastro invitando a vivir" (recordando a Silvio Rodríguez).

(Si a esto se le suma la buena música de fondo, pues no me queda duda de que este restaurante me gusta)