miércoles, agosto 09, 2006

101 palomas

Compañeras permanentes del paisaje bogotano.

Las hay blancas, negras, marrones o combinadas con todos los colores anteriores. Están caminando y volando por toda la ciudad. Son huérfanas. Nadie se ocupa de ellas muy en serio, excepto una que otra venerable ancianita que les bota arroz al piso (al que se lanzan con avidez). Hay uno que otro niño que siente simpatía por las pequeñas aves, pero las mamás no los dejan jugar con ellas. Para muchas personas, se trata de una plaga. "Las ratas del aire" las llaman, por su abundancia y por lo que ellos llaman "suciedad". No pierden oportunidad de dejarles sentir su fastidio.

No se bien como Bogotá se sobrepobló de palomas hasta este nivel. Parece que antes la gente las miraba con simpatía y les daba comida más continuamente, tal vez eso las atrajo, y les permitió reproducirse con tranquilidad. La verdad es que hoy, las palomas están solas e indefensas. Expuestas a morir golpeadas por un carro. O a padecer cualquier tortura en una ciudad diseñada para personas que se olvida de las demás especies. De las que no se rindieron ante nuestra urbanización y más bien se adaptaron y lograron sacar provecho de este entorno artificial que construimos. A veces pienso que eso es lo que no les perdonamos. Que no se hayan dejado sacar y extinguir, si no que muy al contrario se hayan mostrado todas unas maestras de supervivencia en estos sitios. Otro tanto con los perros callejeros. Y con tantos otros animales, que muy a pesar de la indiferencia (y muchas veces la persecución de los humanos) se aferran a la vida con tenacidad.

La pregunta de fondo que me asalta es: ¿Que hacer? Es innegable que la sobrepoblación de palomas y perros callejeros es preocupante. Por las condiciones mismas de la calle, el estado de salubridad de estos animalitos es muy malo y tienen tendencia a transmitir enfermedades. El excremento de las palomas daña gravemente las edificaciones, especialmente las antiguas. (Por esa razón hace no muchos años, un cardenal colombiano (Arzobispo de Bogotá hasta hoy) decidió poner chuzos en la fachada de la Catedral Primada, donde las pobres palomas morían ensartadas de la manera más cruel (Con la filosofía de "Así las otras aprenderán a no subir a la Catedral")

Los humanos hicimos un mundo pensando en nosotros, pero al que otras especies se habitúan así sea con dificultad y con graves perjuicios a sus propias vidas y a la dinámica urbana.

Espero que a los humanos, ninguna especie nos vea como muchos ven a las palomas. Como algo muy abundante que estorba en el mundo que definimos. Es una forma muy cruel de ver el milagro de la vida.

(Este fin de semana vi la película La Isla, y la sola perspectiva de que una vida humana se pueda considerar desechable y sobrante, me conmovió mucho. ¡Que buena película!)

Jorge Drexler dice: Una vida lo que un sol, vale.