miércoles, julio 26, 2006

Las caras de la fe

El portero de mi empresa siempre está hablando de Dios. Mi amigo Ramiro quiere curarme con el poder de Dios.

Cuando es hora de salir, y voy llegando a la puerta, todas las noches me encuentro con Antonio.

Es de estatura mediana, tiene los dientes algo deteriorados, especialmente un incisivo. Suele sonreír y brindarles tinto a las personas que están a su alcance, y entre broma y broma empieza a dar cátedra de fe.

Habla de Santo Tomás, de las obras de misericordia, de la salvación gracias a Jesús. Y luego empieza con sus versiones e ideas eclécticas.

Entonces habla de reencarnación, del progreso en niveles hasta llegar al cielo, del sufrimiento que nos purifica en la tierra, de los valores que la providencia pide tengamos, de lo privilegiado que se siente con la Verdad que conoce.

Bromeamos un rato. Es un buen tipo y es muy amable. Pensamos tan distinto, que a veces me limito a sonreír, pues rebatir sus argumentos es arar en el mar. Ante una fe tan fuerte. tan irracional, tan intensa... es muy difícil plantear ideas divergentes. Es muy difícil plantear un mundo diferente. Es un ser muy afectuoso, al que es mejor sonreírle y respetarle su mundo.

La fe tiene caras hermosas que llegan al fondo de cualquier mente. Que logran conmover sin límite. Pero tiene otras caras que nos hacen pensar con preocupación en el futuro de la democracia, de la tolerancia y del libre pensamiento. No es un asunto fácil.

Mi amigo Ramiro también es un tipo amable que siempre habla de Dios y que quiere curarme de un pequeño problema que tengo en mi pie (clavo plantar, una especie de cayo). Entonces hace oración, impone manos y sonríe. La felicidad se ve en sus ojos y arde en deseos de compartirla con los demás.

Yo por mi parte, antropocentrista consumado criado en un hogar católico, sólo puedo ver con cariño estas diferentísimas maneras de ver el mundo. Todo tiene su encanto, y al fin de cuentas, está en mi esencia el concederle un poco de razón a todas las formas de ver el mundo. (Sólo que a veces temo al radicalismo)

89. Mi hermano menor

En la vida hay personas, que cundo menos lo esperas, se han vuelto indispensables en tu vida.

Ya lo saben: No tengo un hermano menor biológico, pues solo tengo un hermano y es varios años mayor que yo. Es biólogo marino y vive en Chile. Pero, inconcientemente, me he buscado un hermano menor y ha sido muy divertido.

Se trata de mi primito Leonardo. Tiene casi 15 años de vida y un perro Cocker Spaniel. Es adicto a los videojuegos, y expresa su afecto con puñetazos en el brazo. Es caprichoso, irracional, no soporta mis clases de matemáticas y además es bastante criticón. Es decir, es todo lo que espero de un hermano menor.

Tiene una gran nobleza camuflada en su arrogancia adolescente y muchas ganas de aprender y conocer. Disfruta del teatro más que yo. Le agrada el cine, y es radical en su preferencia hacia la música clásica. Tiene algo de monstruo intelectual, y no lo puedo negar, eso me agrada.

Me da la oportunidad de seguir creciendo en la búsqueda de guiar a alguien. De pensar en alguien más, en alguien que apenas está cimentando sus expectativas.

Me gusta jugar fútbol en el Play Station con él. Es en el único juego donde no me aplasta inmisericordemente, como sucede en todas las versiones de quake, y otros juegos. Hemos afrontado intensos cotejos con marcadores estrechos. Nos divertimos gritando cuando los goles son inminentes y sufrimos cuando el perro desconecta el cable de los controles (o peor aún, se los come)

Es un perfecto cómplice para revivir en algunos ratos del fin de semana ese niño caprichoso que vive en mí. Para colmo, es bastante parecido a mí físicamente. Es el destino.

Es así, como, para efectos prácticos, ahora tengo un hermano menor.

(Lo que más me agrada es hacerlo poner rojo en sitios públicos... Es tan introvertido este jovencito. ¡No en vano ese Cocker Spaniel tiene trastorno de personalidad, Ja!)