martes, enero 31, 2006

Discurso

Acerca de algo osado que hice hace 9 años

Estaba a punto de graduarme del colegio. Disciplina excelente. Buen rendimiento académico. Una buena universidad esperándome fuera de la ciudad. Tenía muchos sueños y a la vez muchas inquietudes.

A manera de contexto debo decir que no era un estudiante muy popular, de esos que conoce a todo el mundo. Era muy reservado, y tenía un pequeño grupo de amigos y amigas extraordinario que me hacía sentir seguro. En general el ambiente de mi colegio era algo hostil, pues había varios "niños ricos" despectivos. (Para ser justos, había grandes personas también dentro de estos niños...).

Nos habían enseñado los principios de San Francisco Javier, de San Ignacio de Loyola... Nos habían hablado de "Ser más para servir mejor" y de "En todo amar y servir" pero el panorama del colegio, a nivel de muchos de nuestros compañeros, era más "vales por lo que tienes" y "sólo me importo yo".

A un amigo le dieron un espacio en la misa del 31 de mayo, para hacer la oración a la virgen. El quería darles una lección a los que llamábamos "gomelos"... Entonces hizo de su oración un discurso agudo y crítico sobre lo que debería ser un javeriano, y sobre lo que muchos habían sido hasta ese momento.

Llegado el gran día, la mamá de mi amigo tuvo un grave quebranto de salud, que impidió que mi amigo leyera su discurso. Así, que él me pidió el favor de que lo leyera.

Tenía miedo. Era una acción arriesgada, tal vez en el momento más inadecuado. Podía lastimar a muchas personas que quería. Pero era la última oportunidad de expresar muchas cosas que varias personas sentíamos, así que acepté el reto.

Descubrí que era un buen orador. Y el discurso era de una calidad muy alta, y ayudaba. Pero estaba en una iglesia. Diciendo cosas muy duras, desafiando muchas normas de esas que no están escritas, pero que se presumen.

Debo reconocer que fui un poco Pilatos. Dije el nombre del autor del discurso al inicio y al final. Pero leí con una entrega y una sinceridad, que quedaba claro que yo estaba de acuerdo con lo que decía. O eso prefiero pensar.

Las miradas del rector, los profesores, los compañeros que compartían el discurso y los que no, mostraban que todos estaban aterrados. Yo estaba aterrado también. La virgen mereció una frase en el discurso... Al fin de cuentas era la oración a María ¿o no?

Del tema no se habló mucho. Los compañeros de la clase de Fútbol, cuando llegué, espontáneamente soltaron sus conceptos: "No era el espacio","¡Que resentidos!","¿y vos si estabas de acuerdo con lo que leíste?"...

Con el tiempo, he pensado mucho sobre ese suceso. Cuanto he cambiado, cuanto he aprendido, en fin...

Hice (y dije) lo que creí que estaba bien. "Hay que preocuparse más por lo que está dentro de la cabeza, que de lo que está encima de ella", "Hay misiones mejores para las nuevas generaciones que cuidar de los pasillos del colegio","A los javerianos nos ha hecho falta humildad","Nos preocupamos por tantas cosas, producto de la falta de ocupación y de exceso de tiempo libre".

Hoy, tengo muy claro que emitir juicios es algo muy delicado. Que nosotros, los que juzgábamos en esa ocasión, también teníamos muchas fallas (y traumas). Que hay todo un mundo mejor por construir, y que todos tenemos mucho que mejorar. Que todos somos producto de nuestras circunstancias específicas y que un juicio colectivo no es la mejor idea. Es decir yo también aprendí mi lección, con el tiempo.

Pero me siento orgulloso de haber hablado. De no haber contribuido al eterno silencio que estanca al mundo.

Me siento orgulloso de haber intentado cambiar las cosas.