jueves, octubre 13, 2005

El tablero de ajedrez

¿Cómo hablar del maestro de mis días?

Lo recuerdo así: Sentado frente al tablero de ajedrez, y en frente mío, pensando con cuidado la siguiente jugada. Con ese aire de nobleza y prudencia. Con esa mirada de paz y respeto. Esa es la imagen de mi padre.

Enseñándome a mover el alfil y la torre, cuando yo contaba con unos 5 años de edad, y era feliz mordiendo los peones (El hermoso ajedrez de madera de la familia, cuenta con un ejército de peones marcados con mis pequeños dientes incisivos de leche)

Yo no era un muy buen perdedor. Era un pequeño monstruo que barría todas las fichas del tablero ante la inminencia del jaque mate. Él era un paciente maestro que hablaba de aprender a aceptar triunfo y derrota. De aprender a ser un buen jugador.

Lo recuerdo también con sus gafas bifocales (de marco más bien anticuado) leyendo algún tomo de la inmensa biblioteca (¡Por Dios! Esa biblioteca me parecía tan grande que temía que algún día me cayera encima y quedara sepultado entre los libros) o sujetando un lapicero suavemente, elaborando una elegante letra pegada muy inteligible.

Lo recuerdo feliz de que le ganara al ajedrez de vez en cuando, y conversando conmigo sobre temas varios, como entrenándome discretamente en lo que le resultaba valioso. O durmiendo un poco mientras trataba de atender las noticias en la televisión.

Hoy, poco a poco, cuando voy a casa, trato de leer algunos de sus libros, como para obtener respuesta a todas las preguntas que no le alcancé a hacer. Se fue hace 7 años, a donde nadie puede seguirlo.

2 Comments:

Blogger Gema said...

Hola Raúl,
una historia del ajedrez bastante personal nos cuentas y con la que recuerdas con nostalgia a tu papi imagino cada vez que te dispongas a colocar las piezas en el tablero.Con cinco años te enseñó, ¡madre mía!, tienes que ser un genio jugando al ajedrez...
Un saludín

8:48 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Tendré que venir con más tiempo pues seguro que aunque ya conocía tu otro blog, encontraré algún post que no conocía.
Un abrazo

9:21 a. m.  

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