jueves, octubre 06, 2005

El Rosario

La monotonía como caldo de cultivo de la imaginación

Son la 7:30 de un día cualquiera de principios de los noventa.

El televisor ha sido apagado y el programa genial que estaba por ver acaba de ser víctima de la arraigada costumbre familiar: Hay que rezar el rosario.

(Para el que no lo sepa, el Rosario es una prolongada oración en la cual, el creyente (y sus hijos) repiten 50 veces la oración del Ave María, 5 veces el Padre Nuestro, y otras oraciones varias, capaces de acabar con la paciencia de cualquier niño)

Empieza la repetición. Unos dicen la primera parte de la oración, otros contestan. No hay escapatoria, y decir NO, no es una opción. Es un mantra.

Y mi imaginación despega... Vuela por países de la antigüedad, pasa por estadios de todo el mundo, celebra un gol del Atlético Nacional, estudia a líderes mundiales de todas las corrientes, visita a los Beatles en Abbey Road, baila a los Pet Shop Boys en Nueva York, sigue la ruta de un Bufeo (Delfín Rosado) por el caudaloso Amazonas. Visita los mejores restaurantes de Paris. Le da la mano y su solidaridad al Dalai Lama. Se enfrenta en un complicado debate con un gurú de la filosofía. Juega Baloncesto, en un segundo tiempo, casi tan poético como el recreo verdadero. ¡Hasta presencia la coronación de María Santísima como reina universal de todo lo creado! (¿Cómo un episodio tan bello, pudo quedar atrapado en el santo y monótono rosario?)

Y la oración termina. He cometido unos tres errores por oración. Le he adjudicado algo de grasa a la virgen (llena eres de grasa...). Eso si, no se puede negar, que llegados a las oraciones escabrosas me he asustado un poco y sin ir a la casa del terror...

De nuevo el Rosario, me ha impulsado a visitar el universo entero en treinta minutos, sólo por escapar al aburrimiento.